jueves, 30 de abril de 2009

SOLO SOMOS HUMANOS CON LOS OTROS

Y puesto que pertenezco al mundo, al más próximo y al más lejano y amplio, debía considerar mi aproximación a él o la naturaleza de mi pertenencia.

Lo hago desde unos parámetros que ni puedo ni quiero evitar. Naturalmente, son todos aquellos que identifican a los seres humanos. Ya lo he dicho muchas veces -seguro que me repito demasiado-: es solo la razón lo que me separa y nos separa del resto de los componentes del mundo. Somos seres racionales, que no siempre es lo mismo que seres razonables. En lo demás, somos iguales o inferiores. Pero descubro enseguida otras verdades -o a mí me lo parecen- que tengo que considerar. La primera es la de advertir que es imposible hacerse humano en solitario, sin la presencia y la interdependencia de los demás. Y diré algo más crudo: son los demás los que nos enseñan a ser humanos, los que nos configuran con sus hechos, con sus ejemplos, con su historia y con sus imposiciones y exigencias.

Me resultan sin fuelle -diría cosas más gordas, pero no tengo ganas- las teorías que cifran todo en el individuo, sin observar que no hay tal sin la presencia de los otros, que no hay caso que considerar sin la referencia múltiple de las personas que componen y han compuesto una comunidad. ¿Qué soy yo sino un recuelo cultural de una historia tejida por mis antepasados, de una escala de valores que me han ido presentando los otros a lo largo de los tiempos, el resultado incierto de una educación en la que han intervenido los demás, desde mis familiares hasta mis maestros y mis conciudadanos, el fin de una reflexión desde mis lecturas ideadas por otros seres…? ¿Cómo me comporto yo en la vida si no es desde lo que me requieren, y en alguna medida me imponen, los demás? ¿Actúo yo pará mí solo y para mi egoísmo? Y, aunque así fuera, ¿me voy a conformar sin que nadie me reconociera en mi egoísmo?

Y, sin embargo, aspiro muchas veces a la soledad, o al menos al silencio. Porque la relación no es fácil, porque los otros son impositores en mi vida, porque los otros no me dejan precisamente ser yo mismo en mis dominios, porque invaden ese territorio que yo querría tal vez para mí solo, sin darme cuenta a veces de que es casi imposible, porque (son palabras de Sartre) “el infierno son los otros”, porque casi siempre (me cuesta escribir “siempre”) somos lo que otros quieren que seamos.

Pero sigo el proceso y averiguo que, reconociendo esa necesidad de relación para entender la constitución del ser humano, no me resulta menos cierto que también necesito que los demás me reconozcan en mi individualidad, en mi parcela propia, en mi soledad, en mi singularidad. Si puede ser, que lo sea para el reconocimiento positivo, pero, que lo sea, aunque tenga que ser desde la rivalidad y el desacuerdo. ¿No es esta un aprueba más -en negativo- de que la humanización es cosa de todos?

De modo que veo esto de ser humano como algo en lo que luchan lo individual y lo colectivo, pero sin excluirse, porque se necesitan y no concibo nada sin la referencia de los demás. Son los demás los que me hacen humano, los que me contagian su humanidad, los que hacen conmigo el camino de la vida. Y de la muerte.

Mañana vienen mis amigos desde Málaga y desde Cáceres. Compartiré con ellos un par de días. Y me harán más humano. Espero que yo también a ellos. Compartiremos cosas. Por encima de todas el don de la palabra. Los espero ya mismo.

miércoles, 29 de abril de 2009

MIS MUNDOS

Y hoy me quedé colgado pensando en este mundo en el que habito. Y, para empezar, no sé ni definirlo. Porque me asaltan dudas, como siempre. ¿Habito en este mundo o formo parte del mundo? No es lo mismo, seguro. Habitar me separa y me hace ver las cosas desde fuera, como un espectador privilegiado o tal vez privado de saborear las esencias de las cosas. Formar parte de él, de ese mundo, me acerca y me sumerge, me hace pensar en él como si pensara en mí, sus leyes serán mis leyes, sus éxitos los míos y sus fracasos mis fracasos.

Y, al fin y al cabo, existen muchos mundos. Para empezar existe mi mundo. Es ese más cercano, el que me limita y me comprime, el que me acoge más a diario, el que me soporta físicamente y mentalmente, el que se deja acariciar por mis sentidos. De hecho, me sorprendo con frecuencia refugiado en “mi mundo”, incluso en “mi mundillo”. Y supongo que mundillos habrá tantos como personas somos, aunque algunos elementos tendremos en común para poder tener continuidad y podernos entender para lograr la supervivencia.

No puedo ni quiero delimitar ese mundillo mío, precisamente porque es mío y solo mío, como lo es el mundillo de cada uno de los demás seres. Pero sí puedo afirmar que casi todas mis energías se me agotan en sus límites. Porque es lo que veo y lo que toco, lo que huelo y lo que oigo, todo lo que está ahí, o más bien aquí, a mi lado, a cada hora.

Sobre él, a su lado, están los otros mundos, en el caso de que realmente sean otros distintos. Tienen distancias más largas y parámetros un poco más difusos, los lazos que me atan a ellos se me aflojan un tanto y, aunque nihil mihi alienum puto, lo dejo estar y lo difiero hasta otro momento más propicio. Son los mundos sociales y menos familiares, las extensiones grandes que se llaman provincias o regiones, los llamados estados o continentes. Y ya para más lejos, los planetas y estrellas, esa cosa tan grande que se llama galaxia, los espacios interestelares y el coco de los cocos, que recibe el nombre de universo.

Sé que todo es mi mundo, pero no todo es igualmente mi mundo. Aquí sí que seguramente se cumpla aquel dicho de que el que mucho abarca poco aprieta. Y, si la gripe porcina pone en peligro a alguna persona próxima, me voy a preocupar más que si se produce algún fallecimiento en lugares distantes. No sé cuál es la causa pero opero de esa forma. Sospecho que un poco lo hacen todos los demás seres.

Pero, desde este mi egoísmo chapucero, no dejo de ser consciente de que pertenezco al mundo con mayúsculas, también al que es más grande y más difuso, a ese que me desborda pero que también me llama porque soy de su misma materia, porque me influye más de lo que soy capaz de ver en primera instancia. ¡Y eso que no sé nada de casi nada de él! Cuanto más me alejo más me pierdo, más me siento minucia. Casi como ese virus que me indignaba ayer mismo.

Por eso me pregunto por su origen, por su sentido último, por su orden y desorden, por el significado de este caos aparente, por su evolución y por sus enfados, por sus dimensiones y por su organización. Porque preguntarme por él es preguntarme por mí mismo como parte del mismo.

Y cuando hago esto me acongojo, me siento tan pequeño, me quedo como en Babia, me sorprendo colgado de mí mismo. También en este momento en el que tecleo estas líneas y extiendo mi imaginación hasta donde alcanza, que termina por no ser demasiado.

martes, 28 de abril de 2009

DEL CERDO, HASTA LAS TRIPAS

Si uno echa la vista atrás y se desembaraza de lo más particular, puede observar que se alzan en la Historia unos hitos que no han hecho otra cosa que empequeñecer al ser humano y situarlo cada día un poco más en unos parámetros temblorosos y de andar por casa. Acaso, sin embargo, no haya sido algo malo del todo.

¿Cuáles han sido esos hitos? De la época moderna me quedaría con tres. El primero tuvo que ver con el sentido común que le pusieron Galileo, Copérnico y otros para hacernos entender, aunque fuera a palo limpio, o mejor a hoguera quemada, que era el sol el centro y no la tierra, ese pequeño planeta que habitamos los seres humanos. Enseguida nos vimos situados no en el centro sino en los arrabales y a merced del astro rey. El segundo la planteó Darwin cuando, también desde el sentido común y desde la razón, nos volvió a dar una patada en el trasero para ponernos en la cadena de sucesiones y de evoluciones. Ay de nosotros, descendientes y creados por un ser omnipotente, y además “a su imagen y semejanza”, ahora otros entre muchos, consecuencia de un azar y causa de vete a saber qué en el futuro. Porque al menos ahora nos consideramos la cúspide de la cadena, pero ¿y en el futuro? El tercero nos lo colocó delante de nuestras narices Freud al destripar nuestra conciencia y dejarla al descubierto, con demasiadas costuras y con menos honor del que quisiéramos.

Vaya una carrerita que llevamos. ¿Quién nos puso tan altos que ahora no parece que nos quede otro camino que el del descenso y el de la pérdida de categoría?
Pensaba esto esta tarde, cuando me seguían llegando noticias de ese virus letal que tiene su origen nada menos que en el cerdo. Anda que no tiene esto connotaciones negativas. Lo que nos faltaba. Un microbio ínfimo que se ríe de nosotros como si la vida en sus orígenes nos quisiera recordar que todo se renueva y que acaso los elementos que la componen siguen ahí haciéndose fuertes y marcándonos el paso a nosotros, superhombres y sacapechos. Mira tú por dónde, parece más real asegurar no que hemos caído del cielo sino que hemos brotado del suelo.

¿No es esto más humano? Al menos parece más real. Y más analizable. Y más universal. Y más igualador. Y más democrático. Y más comprensivo.

Sigo queriendo creer que, a pesar de todo, hay algo en el ser humano que lo dignifica hasta subirlo a la cúspide de la pirámide. Pero empezar desde la base, con los pies en el suelo, es sin duda más noble y más humano. Buscaré esos distingos y me sentiré complacido. Pero lo haré con calma y sin mostrarme altivo. Y mucho menos, imbécil y esotérico. Vale.

lunes, 27 de abril de 2009

COMO PENSANDO EL TIEMPO

Eso de andar en tiempo, con tiempo, contra el tiempo, desde el tiempo, por el tiempo, a tiempo, bajo el peso del tiempo, luchando contra el tiempo, fuera de tiempo, entre todo lo que me trae el tiempo, caminando hacia el tiempo, hasta que el tiempo quiera, para entregarme al tiempo, ajado por el tiempo, con el humor según el tiempo, sin tiempo para nada, planeando sobre el tiempo, a tientas tras el tiempo. Ahora añaden durante y mediante, pero yo soy un clásico y estudié en Salamanca. Eso, todo eso y mucho más que eso. El tiempo, siempre el tiempo. Después llega el espacio, y acaso poco más, que ya es bastante.

Me acerqué hasta mi clase esta mañana, con ganas muy escasas, y me encontré de pronto con todo el tiempo libre, sin saber qué hacer con el tiempo. Mis alumnos se habían marchado de excursión y yo sin enterarme. Estoy fuera de tiempo y de costumbres; no me entero de nada. Así que me encontré con el regalo del tiempo para mí y para mi causa: la lectura, la música, unos ratos de escritura, la casa en sus asuntos, los recados, algunas compras, llamadas de teléfono… Pensé ponerle los dientes largos a alguno por contraste. Eso del funcionario y sus prebendas, ya sabéis. Si lo hubiera hecho con mi presencia, habría sido movido por la amistad y no por otras causas, o sea, para reírnos juntos de este estado de cosas. Pero no lo hice y me quedé más pancho. Así que no tembló nadie aunque fuera lunes y yo hubiera amenazado con ponerme de uñas. Siempre habría sido en bromas pues el fondo es muy amplio y no siempre están claros los conceptos. Nadie se fue a la hoguera ni se irá por mi culpa.

Quise pensar entonces lo que me atrapa el tiempo. Como si fuera un hecho redundante y hasta obsesivo para mí. Y pensé en lo infinito y en lo finito, en el contraste inmenso entre estos dos conceptos y en algunas de sus aplicaciones. Imaginaba el mundo religioso y me asustaba el hecho de que seres finitos se atrevieran a buscar las esencias y las definiciones de seres infinitos. Qué osadía tan enorme, la blasfemia más grande, qué fracaso tan cierto. Volví hacia mis adentros y me quedé en mí mismo, tan débil, tan escaso, tan simple, tan mortal.

Pero creció una flor en la cizaña. Y era una hermosa flor. Si el concepto inmortal sobrepasa mis fuerzas y me parece blasfemia intentarlo siquiera, acaso de otro modo me salieran las cuentas y pudiera embarcarme en aspirar a todo. Pensaba lo siguiente: El hecho de ser mortal es precisamente lo que le da a cada instante valor de eternidad. Y me quedé pensando, suspendido en el tiempo, como tratando de afirmar lo que pensaba. Y no me pareció mal. Así que me encontré con esta arma para hacerle puñetas al discurrir del tiempo.

Solo me salva eso: hacer de cada instante un infinito, exprimir los limones hasta que no haya ya más pulpa, agitarme sin tregua hasta el agotamiento, renovarme sin pausa, descubrirme a mí mismo cada hora, vivir, vivir, vivir hasta la muerte. Es un programa denso, preñado de milagros. Por pensar que no quede. ¿Y vivir?

Y nota para Cindy: Hoy era lunes y no tembló la tierra; solo se oyeron risas en las mesas del fondo.

domingo, 26 de abril de 2009

(¿CIERRO PARÉNTESIS?)

He cerrado hace apenas unas horas el paréntesis de un largo fin de semana que me llevó con Nena desde lo alto hasta la arena, que me cortó el ritmo de más de año y medio pensando en otras cosas, que me enseñó que la primavera es hermosa en las zonas del sur, que me citó a la orilla de los mares para ver sus esencias, sus silencios y sus rumores continuos, que me trazó de nuevo las líneas de la amistad con Sinda y con Jesús, a los que doy las gracias y abrazo de verdad, con el mimo constante de Leticia, esa eterna niña a la que quiero mucho, que me envolvió en color, que me apartó del iris de mis ojos las imágenes repetidas de cada día en este espacio mío, que me mostró de nuevo la cercanía de Antonio y de Mercedes, que me sumergió en otros ritmos y me hizo olvidar por unos días tantas cosas.

Y vuelvo satisfecho por todo ello, contento porque no he notado la insistencia de otras ocasiones en volver mis recuerdos a lo de cada día. Solo el recuerdo de ella, de mi madre, me robaba minutos y me seguía azuzando también en esas horas. En ella sigue estando mi refugio.

Se define el paréntesis como algo incidental, que no enlaza necesariamente con los demás elementos de un período. No sé si ajusta bien en este caso el término paréntesis. Sé que enlaza con todo, con todo lo que quiero que enlace, por supuesto, que acaso solo ha existido porque existe lo otro, todo lo que lo justifica. También para la desconexión, porque durante estos días algunas variables se han borrado del mapa, han huido del control de mi memoria, se han dado a la fuga y yo les he puesto un puente de plata para que no volvieran ni molestaran.

Si la gente supiera cuántas dudas tengo para usar el paréntesis como signo ortográfico… Espero haber escrito con renglones derechos este paréntesis malagueño y saleroso.

Mañana es otro día. Se ha cerrado el paréntesis. O no: no hay quien lo sepa. La vida es una suma de paréntesis que se anudan con lazos invisibles. Este ha sido gozoso. Pero sé de dónde vengo y algo sé de lo que habrá mañana. Vamos todos con fuerza a comernos el mundo. Vamos.

sábado, 25 de abril de 2009

EL VALOR DE LA ESTÉTICA

Ando engolfado en un largo fin de semana de esos que ponen los dientes largos a cualquiera: sol, luz, amistad, tranquilidad, nigún trabajo pendiente, ningún horario que me acucie, imágenes nuevas por todas partes que se superponen a otras repetidas, buen rollito en los puntos cardinales... ¿Qué más puedo pedir?

En esta situación, hasta me da tiempo a controlar un poco lo incontrolable del tiempo y a echar mi cuarto a espadas en el nivel de los conceptos. Tengo pendiente respuesta larga para mi amigo Luis Felipe, en su blog savonarólico, para brindar con él en lo genérico y para sonreírme y tirarle de las orejas en otros niveles. Pero hoy no es lo que quiero, porque no me apetence, simplemente. Tiembla, Savonarola, que muy pronto será lunes.

Por estas latitudes tan al raso, me asaltan los conceptos de la vida y la muerte a la orilla del agua, me quedo embobado en la lentitud y en la repetición del mar, su esencialidad me sobrecoge, el devaneo infinito de sus olas enpequeñece a Sísifo en mi mente, y todo me sitúa en los niveles de la nada y del todo.

Pero no hay bien (ni mal) que cien años dure, y, a las primeras de cambio, me vuelven las imágenes de eso que llaman liga de fútbol y que trae alelado a todo el mundo. Mi viaje iniciático buscando la quietud de otras ideas se ha cortado de cuajo. Es sábado y hay fútbol. El Barça juega luego y hay que verlo pues dicen que el Madrid anda al acecho y que casi le pilla. En algo hay que hacerse mayor.
Y vamos de una vez a lo que vamos, que ya es mucha la digresión.

Me declaro incapaz de ser forofo (no como otros) de ningún equipo de fútbol y no quiero perder por ello los papeles. En estos enfrentamientos prefiero que gane el Madrid. Algún día habrá que glosar las razones, que no son tan inanes. Pero, en el fondo, tanto se me da que ganen los del centro como los que dicen ser más que un club. Con su pan se lo coman.

Pero es el caso que se juegan este año dos ligas bien distintas. Una es la de los puntos y otra la de los conceptos. Me interesa mucho más esta última, la de los conceptos, la de las escalas de valores, la de las dimensiones sociales. Y aquí hay unos que juegan con la épica y otros que se distraen con la belleza, con la simetría y con la estética. Y, por si fuera poco, es la épica la que mantiene con vida semana tras semana el valor intratable de la estética. De manera que la lección se repite cada pocos días en uno y otro campo. Y cuanto más se empeñan los trabajadores de brocha gorda, más luce la mezcla de colores del pintor que se gusta en la creación.
Como algunos amamos la estética y el gusto, suplicamos a los que mezclan cal y arena, que cejen en su empeño, que se vayan un tiempo a descansar, que aprendan en el taller la lección del maestro, y que vuelvan más tarde a intentar imitarlo.
Los pueblos hunden sus raíces en los asuntos épicos. Pero la Historia avanza y se mejora, se dominan las sendas y caminos, se ensanchan carreteras, se refinan los gustos y se alzan todos a mejores logros. Entonces la belleza es otra cosa, la estética reclama su presencia, y el hombre hasta se rinde ante lo hermoso.

Vale ya de requiebros que todo el mundo entiende. Por fin nos damos cuenta de que el fin no justifica cualquier medio y de que, además, los mejores medios suelen conducir a los mejores fines.

Así que, aunque me cueste en este caso, que viva la belleza del deporte, que se premie la estética... Y que acabe la liga para los de brocha gorda. Que reconocer el valor de los contrarios no implica estar llevándolos siempre en procesión y en andas.

Y no citaré nombres por si acaso. Venga, vale y al circo.

jueves, 23 de abril de 2009

OTRA LUZ

Para mis amigos Jesús y Sinda, que viven siempre en la luz.
Para Antonio y Mercedes, que son también la luz.
Para Juan, que lo fue siempre.

Peregrino de luz, me hice al camino.
Mis ojos soñaban, soñaban con la luz,
pues fueron ya otros ojos triste túmulo
para sellar el cuerpo y dar cobijo
a la sombra perpetua.

Qué regalada luz sobre tus playas,
oh mar Mediterráneo:
el viento que susurra su presencia,
el baile de tu espuma todo el día
ensayando el cortejo con la orilla
y el fanal de tu luz que se desnuda
de los reinos del mundo.

Yo no regreso a Ítaca, pues que no soy Ulises,
pero tejo contigo
mis sueños de quietud en las arenas.
¿Será verdad el fondo de los mares?
¿Por qué suspiran siempre con sus olas?

Hay un rumor constante,
un trémulo fulgor de piedra y agua
desgastando sus sueños infinitos.

Tú y yo ensayamos cerca de la orilla
la perfecta sintaxis del silencio.

Arroyo de la Miel (playa de Santa Ana)
23-04-09

martes, 21 de abril de 2009

FORTALEZA MENTAL, NO DE LA OTRA

Qué perspectiva hermosa la de estos martes de primavera. Por fin miro y descubro que el sol se hace ya dueño de todo el panorama, que hoy ha de hacer calor, ese calorcillo tibio que me gusta y me pone distancia con la ropa. La sierra se desnuda deprisa de su capa de nieve. Dicen que aún falta una nevada según las predicciones de la luna de octubre. No tiene mucha pinta, pero el tiempo dirá lo que le plazca.
Me levanto tranquilo y sosegado pero con foto fija de otros días. Ahora ya esa foto se me va trasladando hasta ahí enfrente de mi misma terraza. Solo unos edificios, una carretera y ese río de ahí abajo me separan de ella, como hasta hora de él. Sé que cuando el sol me calienta también calienta para ella, que cuando el aire suena me suena a su distancia, que llueve para ella y para mí, que los dos nos miramos en silencio. Mas tengo que seguir y mirar a otras partes.

Echo la vista afuera -me acompaña su ausencia- y observo con tristeza algunas cosas que quisiera distintas. Se suena, se resuena y se proclama que la banda ETA cada día está más débil, que caen sus direcciones y comandos, que el final se vislumbra, que por fin hay fumata con colores más claros. Menos lobos, hermanos, no matemos al oso sin salir a buscarlo. Todo el mundo desea -pongamos casi todo, que hay de todo en el mundo- ese final buscado, pero vamos a ver de qué manera.

Cuando hay una disputa y el final está cerca, casi siempre el que lleva la mejor parte se envalentona y da a conocer a todos su victoria. Tanto le importa esa victoria ante su adversario o enemigo como el hecho de que los demás se enteren de que la ha conseguido. ¡Si pasa con bobadas como el fútbol! ¿Cómo no ha de ocurrir con aquello en lo que nos va la vida?

Casi todos los medios andan locos por cantar alharacas que den por tierra y que humillen a los de ese mundo del terror. Hay como una competición a campo abierto para llegar más lejos en llamarlos de todo y en hacer bien visible que aquí hay un vencedor y un humillado. Son, como pasa siempre, los medios de la derecha política, esos que compitieron no hace mucho en arrimar el hombro y en proclamar a los cuatro vientos que sus ayudas habían sido las mayores para que el PP se alzara con el triunfo en las elecciones de Galicia. ¡Y lo editorializaban sin ningún pudor! No me extraña nada porque son sus creencias y es su forma de vida. Por eso, coño, yo no las comparto en absoluto. Otra vez vencedores y vencidos, de nuevo los buenos y los malos, como siempre el apabullamiento.

No hay que hacer nunca demasiada leña del árbol caído. En este caso porque desgraciadamente nadie puede asegurar que haya caído y porque el acogimiento, la piedad y hasta el perdón tienen que ser el marchamo del ser humano.

Tengo para mí que, una vez más, el ministro Rubalcaba es el que mejor sabe nadar y guardar la ropa en este asunto. Desde su puesto le corresponde proclamar la fortaleza del Estado, pero también la discreción en el proceso, el silencio oportuno y la actuación callada. Los demás andan casi todos a la exclusiva por encima de todo, a la proclamación de sus esquemas y en el fondo, como casi decía la sevillana, a vender y a vender, a vender, todo el mundo a vender.

Este largo proceso, cuyo final no atisbo todavía, necesita cordura, templanza, discreción, altas miras, compasión sobre todo, perdón cuando se pueda, fortaleza mental, no de la otra, convicciones y aguante.

Si la fiera está herida y vislumbra su muerte, reacciona con fuerza y se aferra a la vida por caminos cargados de peligro, se vuelve y se retuerce contra cualquier obstáculo, hiere a quien se le acerca, desgarra lo que pilla. Vamos a ser humanos sin dejar de ser fuertes. Y menos egoístas si se puede. Y menos legalistas y un poco más legales si no queremos ser tan demagógicos.

Hay mucho que ajustar, el campo es amplio. Necesitamos mentes bien abiertas, y menos monaguillos con cargos de sátrapas que no se contentan, desde su ignorancia, si no es adoctrinando al mundo desde su mundo particular cada mañana. Veremos qué sucede.

lunes, 20 de abril de 2009

ESTA MALDITA CRISIS

Esta maldita crisis que tanto golpea a los que golpea siempre me pone de nuevo en el asiento para pensar un poco en su presencia. ¿Será verdad la crisis? Parecerá tontuna o incluso provocación que me pregunte por su existencia real. Advierto que no soy el único. Me inhibo y me retiro de presentir el origen. Pero tengo sospechas de que tiene que ver con intereses muy oscuros. El caso es que ahí está con todas sus garras. Y afecta a mucha gente, a gente que es muy próxima, aunque parezca a primera vista que yo me salvo de la quema. No es verdad. Sería una visión estrecha y, desde luego, muy egoísta. En la inercia del tiempo, todos estamos inmersos y todos soportamos o gozamos de las cosas según vayan los ritmos y procesos.

Veo a gente que se queda a la intemperie, con la desilusión de quien no puede hacer cálculos porque su futuro es el presente y nada más, con la incertidumbre de los suyos y con la zozobra de la hora siguiente. Miro y me miro. Y me siento un privilegiado porque mis necesidades las tengo cubiertas, porque alzo la vista y no encuentro nubarrones oscuros, porque me puedo permitir el lujo de ir a ver a mis amigos sin grandes estrecheces, porque tengo el tiempo libre para mí mismo y no para la desesperación, por casi todas las cosas… Soy un privilegiado y reconozco cierto sentido de culpa indefinido.

Pero sufro por no encontrar el sitio donde dejar palabras de protesta por este sistema que tan mal nos acoge, por no ver movimientos de protesta contra las bases que lo han generado, por no sentir el fuego de los intelectuales que siempre, pero mucho más en estas horas amargas, se tenían que atrever a gritar y a hacer fuego con la teoría, con los cómodos que ven venir el toro y se esconden en la talanquera, con los egoístas que esperan hasta el momento en que les toque a ellos, con los que aprovechan para personalizar las culpas tratando de sacar provecho político para cebarse con la carroña, con los que se regodean con la desgracia por el mismo motivo…

Y me enfado sobre todo conmigo mismo, que no sé dar salida a mis impulsos, que me achico en mis cosas, que me palpo y me arrugo con el tiempo, que no levanto el grito, que no concreto mis actuaciones, que en los últimos tiempos apenas articulo palabra sobre la cosa pública, que, con la coartada de no molestar a nadie, me sumerjo en el silencio demasiadas veces, que me he vuelto acaso un bueno de lata o de opereta, que no rompo mis versos y me echo a la calle a buscar la justicia.

¿Qué hacen ahora gritando por las calles los que han votado por el libre mercado? ¿Qué esperaban? ¿No querían té caliente? ¿Por qué no se solazan con la medicina que predican? ¿Y aquellos años azules y luminosos en los que todo parecía futuro y esperanza? ¿Dónde ha quedado aquello? Tal vez en los despachos y en los cargos, en las simples pensiones, en el paseo y la partida, en el partido y en el sillón. Es tal el despilfarro del sistema que no hay capacidad para embridarlo. Y es tanta su potencia que nadie osa mirarlo cara a cara.

En perspectiva histórica, la crisis es siempre crisis de crecimiento. ¿Y qué? ¿Para qué quieren todos los que se quedan en el camino la superación de la crisis si a ellos ya no les afectará? En algún sitio esbozaba este concepto hace muy pocos días. El tiempo y las prisas no dieron para más pero no me importaría desarrollarlo en escenario público. Si hemos de dejar paso a la simple selección de las especies, el mundo crecerá en lo positivo y seguirán los mejores haciendo de la especie un producto más fuerte. Pero será un proceso indefinido e infinito que no dará lugar a otra cosa que a monstruos cada vez más absurdos. Por ahí la división es periódica pura y no tiene final. No me interesa. Hay que aplicar la inteligencia humana como elemento corrector y de supervivencia de todos los que componemos la tribu. Ese es el comienzo de la socialización.

Lo malo de todo esto es que la única base que sustenta todo es el esfuerzo titánico de la inteligencia humana. Y tiene muchas fallas y rendijas. Eso sí, siempre menos que las explicaciones dogmáticas y esotéricas que se olvidan del hombre y lo animalizan sumergiéndolo en la pocilga de la resignación y del tendrá que ser así.

domingo, 19 de abril de 2009

EL SOL TAMBIÉN LLORABA

También en este momento el sol se está suicidando en el horizonte, se queda menos denso, se anega entre los cielos. Me había acostumbrado a mirar y mirar el horizonte en aquellos pasillos tan largos de Salamanca, dando besos y escuchando de fondo los susurros sin calma y sin sentido, viendo venir con calma, pero cada día más cerca, las garras de la noche y de la nada.

Hoy tengo todo el tiempo para tomar conciencia de que el sol sigue su ritmo indolente y sin causa. Yo creo que no lo miro de la misma manera. Todo sigue vacío. Pero sigue. Y yo sigo con ello y con su ausencia. Tengo que mirar alto, serenarme en los ritmos, dar paso a las razones y a las causas, buscar las consecuencias. Lo voy a hacer, seguro.

Mientras tanto voy dándome empujones y buscando mis ritmos. El viernes acudí al cine. ¡Hacía tanto tiempo que no iba! Un deseo repentino nos puso en la puerta del cine Béjar. Íbamos a ver la nueva película de Almodóvar: “Abrazos rotos”. Llegamos con el tiempo justo para sacar entradas y sentarnos. Pero todo fue llegar y calmarse los ánimos. La taquilla estaba cerrada. En la puerta estaba plantado Félix con cara de circunstancias. Pedimos nuestras entradas y nos respondió que no se proyectaba la película. Preguntamos la causa y la respuesta literal fue la siguiente: “No ha venido nadie a verla, sois los primeros que acudís, y con menos de cinco espectadores no proyectamos”. Nos quedamos de piedra pues pensábamos que, por mil razones, el cine estaría lleno o algo parecido. Cuando ya desistíamos del intento, apareció una joven pareja que quería también ver la película. Félix se compadeció y nos dejó pasar. Vimos la película las cuatro personas y Félix que se sentó con su mujer. Seis espectadores; menos que en muchas casas. Marifeli echaba la culpa a las descargas de internet y confiaba en que la nueva ministra arreglaría un poco la situación.

Hasta aquí la descripción de los hechos.

Se me revelan muchas preguntas. Y también se me rebelan. Alguna vez he anotado que por esta ciudad estrecha apenas traen estrenos de películas españolas y siempre llenan las carteleras con las de serie be americanas, con sus esquemas simplones, con sus propagandas de la tontería, con sus escenas repetidas y para tontos. Pero, ¿y esto del viernes? No soy ningún forofo fanático de Almodóvar, pero creo que es un director cuyo trabajo se nota en el guión y en la dirección; incluso en esta película tal vez demasiado, según mi parecer. Es un gran mérito. Además, hay una trayectoria que, en circunstancias normales, atraería a mucha gente. ¿Qué pasa con el cine de la gran pantalla? ¡Ni una persona! ¡Era viernes por la noche y ningún otro acontecimiento se solapaba con este en la ciudad estrecha! ¿Será la crisis? No se me alcanza. ¿No tendrá marcha atrás esto del cine de autor? No entiendo nada. ¿Ando yo también en esto tan fuera de lugar?

Menos mal que la mañana del sábado me llevó de nuevo al valle del Sangusín y a sus praderas. Y allí charlé con Manolo y con Maica sobre las diferencias entre el arte y la ciencia, sobre el canon, sobre las modas, sobre el compromiso social de los intelectuales… Arreglamos el mundo en un buen rato.

Y la tarde, entre nubes y lluvia, me bajó hasta Plasencia, a abrazar a nuestros amigos Mercedes y Antonio, tan cerca siempre, aunque tan lejos. Cómo les agradezco su cercanía y sus ánimos. Son nuestros amigos. Y son de los de verdad. Y de nuevo, a la vera del Jerte y por las estrechas calles de la ciudad, dimos rienda a la charla y a compartir nuestras cosas. La vuelta nos condujo satisfechos hasta estas sierras blancas a finales de abril.

Hoy ha sido un día diferente. Se ha suicidado el sol en el confín del horizonte. Yo lo he visto con otros ojos diferentes. Estaba desubicado, como rumiando a solas otros sitios. El sol también lloraba.

viernes, 17 de abril de 2009

ENTRE LA CIENCIA Y LA LITERATURA

Un error informático me apartó ayer de copiar aquí la salvación de mi minuto. Pero lo dejé en mi diario más amplio, así que nada pasa y aquí vuelvo de nuevo a mi página pública.

Leo en El País de hoy mismo (me lo recomienda Manolo y a mí se me había pasado -gracias, colega-) un artículo firmado por Jorge Wagensberg que se acoge al siguiente título: “Elogio de lo superfluo, indulto del error”. Lo leo y lo releo y me incita a echar mi cuarto a espadas, de manera brevísima y con la acotación de solo unas cuantas líneas. Analiza el autor, físico de formación y de profesión, las relaciones, en similitudes y en diferencias, entre la ciencia y el arte, para centrarse en la comparación entre ciencia y literatura.

Es poner el dedo en la llaga y hurgar en la herida hasta llegar al hueso, pues intenta basamentar los pilares y las aspiraciones, las glorias y las miserias de la ciencia y de las artes. ¡Casi nada! Después de diversas consideraciones y argumentos, termina como pidiendo a la literatura un pequeño esfuerzo para “dosificar lo superfluo y tratar las contradicciones”, o sea, para acercarse un poquito más a los métodos científicos.

Me parece extraordinaria la reflexión, pero me piden la palabra varias voces que tienen ganas de manifestarse para poner su pica en Flandes.

Parece que se acepta la existencia de una realidad “real”: “todo lo que no es realidad misma es ficción”. ¿Qué es eso de la realidad misma? Ya sé que la ciencia no puede moverse del asiento si no da por segura esa “realidad misma”. Y menos la Física como ciencia de las cosas. No estoy tan seguro de que se muevan en el mismo nivel de realidad la Filosofía o la creación poética, por ejemplo. De manera que el punto de partida nos puede complicar el desarrollo.

Absolutamente fundamental y clave la apreciación de que el científico se somete a tres pasiones dolorosas en su trabajo: “Expulsar el yo de sus contenidos”, “Se decanta todo lo presuntamente superfluo”; “La persecución implacable del error”. Tres verdaderos calvarios, me parece. O acaso sean estaciones de gozo, qué sé yo.

El creador literario, por el contrario, se refugia en el Yo como reino de lo absoluto, para lo bueno y para lo malo, y obliga al mundo, a “la realidad misma”, a someterse a sus consideraciones personales. Y, si el creador literario anda en los territorios de la lírica, entonces la inversión de funciones es total. Si miro para mí mismo, en mis ratos de intentos poéticos, creo que nunca en realidad he salido del yo. Y no estoy seguro de que quiera salir nunca.

No sé si Wagensberg tiene conocimiento de la eterna polémica que explica la creación poética como comunicación o como conocimiento. En el primer caso, el poema sería una traslación de un esquema mental que acerca de la realidad se tiene; en el segundo caso, es la creación del poema la que va configurando el conocimiento de la realidad. Hasta donde llega y puede valer mi opinión, siempre he defendido la combinación de ambos argumentos que resumidamente indican que no es lo mejor (ni siquiera es posible) lanzarse al camino de la creación sin algún esquema o esbozo prefijado, y también es real que el desarrollo del camino de la creación te puede llevar a un conocimiento diferente al que tenías de la realidad antes de iniciar el proceso creativo.

Compadezco al científico que, por exigencias del guión -lo digo en el mejor sentido de la expresión- tiene que estar continuamente renunciando al yo y a sus expresiones pasionales en todo el proceso de investigación. Pero también admiro su esfuerzo titánico para intentar dar solución para TODOS y no solo para sí mismo. Y siempre dispuesto a cambiar de teoría, según los resultados del laboratorio o del trabajo de campo. Los científicos “arreglan el mundo” desde la base de los datos de la inteligencia; los creadores lo hacen desde los datos del corazón, de la intuición, de la pasión, del enfado, del lloro, del grito. Es el TODOS frente al YO. Dos caminos distintos para enfrentarse al mundo y para intentar dar satisfacción al ser humano, como parte del todo o como todo desde la individualidad.

Desde mi terraza escuchaba por teléfono unas recomendaciones que me hacía un catedrático de la universidad de Oviedo, geólogo y lector de este blog. Un poco en bromas y otro poco en serio, me decía que eso de “arreglar el mundo” desde la creación (Manolo y yo lo intentábamos al amparo de algún vino y mirando el paisaje) cambiaba mucho si se hacía después de una licenciatura y un doctorado en ciencias geológicas. Creo que andábamos dándole vueltas al mismo asunto.

“En ciencia -dice Wagensberg- lo prioritario es comprender el mundo y para ello se sacrifica el Yo, lo superfluo y el error”. En la creación literaria se vive en el yo, desde el yo y seguramente para el yo, se indaga en lo superfluo y se mantiene uno en el error, porque la visión es siempre personal y desde el creador. Para no incurrir en perogrulladas, habría que anotar a pie de página que mantenerse en el error no significa ser imbécil ni renunciar a la última explicación de las cosas: es eso precisamente lo que se busca.

Me pregunto quién hará un poquito más por el ser humano, si unos u otros. Lo iré a rumiar mañana por los caminos de la sierra y cerca de la nieve. Allí, a la intemperie, en medio de los elementos físicos más descarnados, tal vez encuentre alguna respuesta más precisa. Siempre será parcial y me dejará a medio camino entre la ciencia y la creación literaria, entre la razón y el corazón, entre el yo y el exterior, entre el camino de ida y el camino de vuelta. Veremos. De momento, todo mi respeto y mi admiración para los científicos y para los creadores. Para los buenos, se entiende. Vale.

miércoles, 15 de abril de 2009

!!HE SALVADO EL MINUTO!!

No me resulta fácil ponerme en los niveles de la realidad continua, porque me había propuesto rescatar un minuto de mi vida diaria en el que me sintiera más a gusto. Y no siempre encuentro materia. O, más bien, no estoy yo siempre a la altura de esa exigencia. ¿Será porque mi vida resulta tan insulsa? ¿O seré yo mismo que no sé sacar jugo a todo lo que me ofrece cada día lo que vivo?

Pienso en expurgar algún detalle de los que haya vivido hoy mismo y no le saco punta fácilmente. Tal vez porque ya son muy repetidos o acaso porque no me conformo casi nunca con el nivel descriptivo. Por eso, con frecuencia, me voy a buscar monte y me alejo en silencio por el foro tras alguna idea sobre la que rumiar unos minutos.
Creo que son de Umberto Eco las siguientes palabras: La esencia del ser humano consiste en comer, dormir, jugar, relacionarse, y preguntarse el porqué de todo esto. Tal vez ahora mismo no esté haciendo otra cosa. Porque ya he comido tres veces, he dormido lo justo y hasta una siestita en mi mullido sillón, se puede llamar juego al trabajo que tengo y me he relacionado, aunque no mucho, con algunas personas. Entonces, ¿qué me falta? ¡!Preguntarme el porqué de todo esto!!

Enseguida compruebo que todo, salvo este capítulo final del pensamiento, lo comparto con los demás animales. No reniego de nada; sencillamente constato que no soy mucho más que otro de esos animalitos que se han salvado de la quema en la evolución de las especies. E incluso estoy contento, pues estas actividades las tengo ordenadas con bastante criterio. Reparto la comida regularmente en cuatro o cinco porciones diarias para que mi estómago no se queje demasiado y no tengo problemas ni tengo que salir de caza para surtirme de alimentos: me los dan ordenados en el súper del barrio y yo los conservo en frigoríficos para bastantes días. Además, me siento cómodamente a la mesa y parto los filetes con buena simetría, con cuchillo cortante y a mi aire, yo creo que con más urbanidad que el león cuando devora y se mancha las fauces de sangre. Mezclo incluso los gustos y degusto buenos postres hasta sentirme satisfecho y lleno. Así que de comida poco puedo quejarme.

Duermo en colchón bien mullido y en lugar reservado. Lo demás pertenece a mi ámbito privado y solo afirmaré que no me quejo, aunque me gustaría que me cogiera un sueño más profundo y duradero cada noche. Tengo ratos de juego; si se tercia, con el ordenador y con las palabras, por ejemplo. Del mus fui campeón pero ya no practico porque arraso con todos.

Alguna dificultad mayor tengo con esto de las relaciones. Pero esto es muy complejo para unas pocas líneas. Ahí está mi carácter, mi escala de valores, mi actividad diaria… Ajustar todo esto con los demás no me resulta tan sencillo. Y el caso es que a veces me sorprendo con hechos positivos. En los últimos días, por ejemplo, he tenido la oportunidad de comprobar que hay mucha más gente de la que me parece que se siente cercana a mis cosas y a mis peores tragos. O me sorprendo a veces con gente que afirma que me sigue en estos y en otros escritos, sin que yo tuviera ninguna noticia de ello. En fin, que hay mucho que mejorar por mi parte, pero también hay variables con las que congraciarse.

Y, con todo, es verdad que hasta este hito del camino, cualquier animal se asemeja muchísimo a mí mismo, pues come, duerme, juega y se relaciona.

¿Y lo de pensar en todo esto? Ay, amigos, qué cosa más rara. Aquí está el paso de la descripción al de la abstracción, para comprender, para sintetizar, para promover cambios, para desazonarse o para alegrarse con causa, para todo. Esto sí que en verdad compete al ser humano.

Estoy pensando ahora que, en el fondo, y aunque solo haya sido en esbozo, es lo que estoy haciendo en estas líneas. ¡!O sea, que he sido humano por un rato!! Vale, vale, me alegro y prometo seguir en esta causa!! ¡!He salvado el minuto de este día!!

martes, 14 de abril de 2009

YO SERÉ EL MONAGUILLO

Hoy me incorporo al ritmo de las cosas. Quiero decir al ritmo de todo lo que se repite con certeza cada día: el timbre, la mañana, las clases, la lectura, los diarios, algún rato de charla con las palabras en el folio o en la pantalla, un poco de televisión, la gente, los recados, los pensamientos que van y vienen como las nubes de este mes de abril, la noche y el silencio…, los días que se pasan, como siempre.

Sé que voy a tener en compañía constante la figura de mi madre. La quiero junto a mí para quererla, para seguirle diciendo nuestras cosas, para sentirme a gusto sabiendo que hay cariño sin aguardar otra cosa que ese mismo cariño, para acogerla en brazos, tan simple, tan pequeña, tan poquita cosa, tan sin fuerzas, tan dependiente, tan expresiva en su cara chiquita, tan indefensa, tan mía, tan de nadie.

Todavía se tienen que cumplir los ciclos naturales de la repetición, todas esas imágenes que aparecen por primera vez y que siempre me llevan a la misma figura de mi madre. Me saludará gente, me hará sus comentarios, trataré con desgana de responderles, reviviré a su costa otros momentos, pasaré por lugares y veré su figura, escucharé palabras y creeré que es ella quien las dice, hollaré los lugares y ella estará a mi lado.

Pero sé también que lo que hoy solo es imagen se irá tornando en foto un poquito más fija, en concepto, en idea, en efecto tranquilo y sosegado, en recordar amable, en entender que hay ciclos que se cumplen y que aguardan imágenes que se van superponiendo en espera de otras que aguardan a otras nuevas… El ciclo de la vida y de la muerte.

Estoy mirando al cielo oscurecido. La mañana no apunta con la luz sino con las nubes oscuras que amenazan lluvia. La primavera sigue, variable e impúdica, su camino. Ya carga con sus árboles en hojas bien frondosas y el campo se despierta como en sones de fiesta. Es un manto fantástico para ponérselo a mi madre y que se sienta reina. Hoy, si las nubes deciden quedarse y acaso llueven, será signo de lloro para todas las cosas. Porque todas la arropan y la quieren.

Y yo también con ellas. Seré su monaguillo, como cuando era niño. Ordenaré los cánticos e indicaré los ritmos de las filas que se acerquen a darle sus saludos. Después, en el medio más solemne de la ceremonia, cantaré de solista cualquier salmo que ensalce su figura, que la declare reina y soberana. Y todo un amplio coro desgranará las notas de un cántico solemne y espacioso. Y con la lentitud y el ritmo del silencio nos iremos marchando de su sagrado templo, hasta entornar la puerta y dejar que los cielos la cobijen. El monaguillo tiene el sagrado deber de atender a las velas y de asegurarse de que todo se queda en el sosiego, en la calma, en la placidez, en la quietud, en el eco del eco, “entre las azucenas olvidado”. Y yo soy monaguillo de mi reina.

lunes, 13 de abril de 2009

PERO VAMOS A ELLO

Se cumplirá mañana una semana exacta desde el día de la muerte de mi madre.
Voy a volver a hacerme un poco más público de nuevo: volveré a mi blog. Sé que esto significa compartir varias cosas: pensamientos, palabras, deseos, amagos de ocultar lo que no se puede nunca ocultar del todo, apuntes que se quedan únicamente en esbozos, milagros y miserias y circunstancias varias.

Mi corazón sigue inmensamente vacío y son días en los que me sorprendo a cada instante con imágenes nuevas que siempre fueron viejas y que me mueven el tiempo en dirección contraria. Han sido muchos años de roce y de cariño. Sé que esta circunstancia no es distinta a la de las demás personas, que todos los cariños son únicos y hermosos, pero estas son mis circunstancias y yo interpreto todo desde lo que toco, veo, siento y razono. Así que, disculpadme por parecer sin fuerzas y dar la sensación de que lo mío es excepcional. Lo es, pero solo para mí. Acaso lo prudente sería mantenerme por una temporada en el silencio.

Pero vamos a ello.

Empezaré por dar las gracias más sinceras a todos los que, de cualquier forma: teléfono, saludo, blog, presencia, ausencia, recuerdo, acompañamiento… os habéis acordado de mí y de mi familia. Os seguro que lo agradezco de verdad, porque me reconforta y porque me certifica que no anda uno solo por el mundo, que se comparten gozos y tristezas y que todo es un poco de todas las personas.

El fallecimiento de mi madre era la crónica de una muerte anunciada, por su situación física y por la edad. He vivido su adiós numerosísimas veces porque los últimos meses de la senda los hemos recorrido todavía un poco más juntos. Y, a pesar de todo ese dolor acumulado, el final siempre resulta más inexplicable y punzante de lo que se pueda uno imaginar.

No obstante, la realidad se tiene que ir imponiendo, el recuerdo va tomando posesión de sus dominios y se hará huésped eterno en mi conciencia. A nadie le tengo que explicar lo que significa una madre.

Yo no sé si es ya tiempo de preguntas porque tengo la sensación de que ya me las he formulado todas durante estos larguísimos meses. Haré, sin embargo, un esfuerzo por madurarlas y por darles el perfil que pueda.

He seguido dibujando palabras estos días. Pero serán materia de recámara, disculpadme: las rumiaré en soledad.

MI madre será fondo de pantalla de mis días. Su recuerdo, a falta de su presencia física, me basta.

De lo que he escrito estos días, rescato este poema de redacción directa:

DÉJAME, MADRE

DÉJAME que te bese en el recuerdo,
porque quiero sentir tu piel desnuda
junto a mi cuerpo que fue un día tu cuerpo,
y solo fue tu cuerpo.

Déjame que te arrulle tiernamente,
como niña en la cuna que dormita
en un hermoso limbo
sembrado de azucenas y caricias.

Déjame que vayamos los dos juntos
por un pasillo largo, los dos solos,
sin que nadie nos vea,
solo mirando al sol en los atardeceres,
pensando en nuestras cosas:
“hay que comprar vestidos y camisas,
-me las pondré yo todas;
a ti te están muy grandes-
llevar todas las cosas hasta el sitio
que mira a la pared,
Antonio, Magdalena, la segunda.”

Déjame que me “ponga delante”,
que me “ponga redondo”, aunque me pidas
lo mismo tantas veces.

Déjame que acaricie tu mano,
que contemple tus huesos y tus venas
por las que corre, tan lentamente ya,
la sangre que me diste,
que me atreva a mirarte cara a cara,
con tus senos sin causa,
con tu sexo sin causa,
con tu mente perdida en la distancia,
pero tan cerca siempre de mi mente,
con tu cuerpo transido y esquelético,
sí, esquelético, madre.

Déjame que te diga muchas veces
que quiero que te duermas tiernamente
en un sueño infinito en el que te vea
como madre despierta.

Déjame que me calle
con el dulce sentir de tu silencio.


Déjame que te llame muñeca.

Déjame que te llame y que te sienta madre.

Déjame que me siga creyendo tu presencia
y que nunca despierte
en la triste certeza de tu ausencia.

miércoles, 8 de abril de 2009

HOY SÍ QUE VI LA MUERTE

Hoy sí que vi la muerte.

Ayer era la vida,

hoy solo fue la muerte.

Y tenía sus ojos, os lo juro.


Se me ha muerto mi madre,

¿qué más puedo deciros?

martes, 7 de abril de 2009

ME GUSTARÍA ENTENDER: LO NECESITO

Martes Santo. No sabría muy bien delimitar cuándo comienza esto de la Semana Santa ni cuándo termina. Ni siquiera sé hasta qué punto toda esta parafernalia tiene tintes religiosos, civiles o se hunde simplemente en la conciencia vaga de la gente. Me resulta todo muy complejo.

Quiero empezar siempre tratando de respetar las costumbres de las personas, de toda esta gente que vive ahí, a mi lado, de todos aquellos a los que encuentro por la calle y sé que nacen, crecen, se ilusionan por algo, pasan por ahí no sé si con algún grado de consciencia y, cualquier día, se pierden en el fondo de la nada. Pero también querría que se me respetara y que se me entendiera en mi simpleza y miseria de mirar serenamente y descubrir que todo es inercia y representación, que hay mucho de contradicción teórica, que lo que presume de culto y sumisión lo podría hacer lo mismo de idolatría y de superstición, que no casan muy bien las actitudes de estos días con las del resto de las semanas del año, que… Ufffffffffffffff.

Suelo aprovechar estos días para darle un repaso a parte de la Biblia. Y sigo quedándome estupefacto. ¿Por qué no empezamos tratando de fijar serenamente, sin agitarnos y poniendo como base la razón, la existencia real del ser que genera toda la liturgia posterior? ¿Que resulta escandaloso plantearlo? No más que aceptarlo sin cuestionarnos nada. Los datos demuestran que su existencia histórica es al menos cuestionable. Y, si partimos de esta base, puede que no merezca la pena ni empezar a construir el edificio.

Pero démosla por buena, no siendo que se vuelvan a sentir perseguidos. ¿De verdad se deducen de sus enseñanzas y doctrinas ritos como todos los que observamos durante estos días? No hay ni un solo dato que los recomiende, salvo algo parecido al recuerdo de compartir el pan y la bebida, o sea, los bienes.

Ahora intento ponerle imaginación a los rituales repartidos por nuestra geografía y me quedo sin resuello, sin encontrar las causas de tanta actuación superlativa. Porque el Cautivo es el Señor de Málaga, y la Macarena lo es de Sevilla, y la Virgen de las Angustias procesiona por Béjar desparramando dolores por las calles, y las ciudades intentan que los turistas vengan a ellas para dejar sus dineros en los establecimientos correspondientes, y los hermanos cofrades se afanan en alzar a sus vírgenes en movimientos simétricos que aplauden los fieles embobados, y se desgarran los gritos en el aire, y se conmemora el dolor de un dios que, por el hecho de serlo, no debería mostrarse nunca desasistido e inerme, como esperando la ayuda de quien la está pidiendo todo el año, y se suman las horas de la tarde con el sol de primavera luciendo como fondo de escenario.

¿Adónde nos conduce todo esto? ¿Qué sustenta la fe de la Semana? ¿Es fe lo que se muestra?

Porque estas ciudades que se someten al señorío de una u otra imagen siguen marchando cada día con muchas deficiencias, con las leyes al uso que marcan la injusticia y la desigualdad. En un proyecto eterno y amoroso, ¿qué base tienen el sufrimiento, la prueba continua, la amenaza, el amago de castigo, el chantaje obligado? Este Dios, si lo es, no puede ser así, tiene que andar muy mosca por estas interpretaciones que de Él hacen los sátrapas de turno para asustar a todos, para mantener las cosas en ese contrapunto favorable para los que mandan e interpretan. No puede ser así; repugna al sentido común.

Y todo a pesar de lo hermoso de la parafernalia externa de los colores, de los sonidos y de los silencios (la soledad sonora), de los olores y de la ebriedad de la primavera. Seguramente eso resume todo lo que estos días veo, la fiesta iniciática de la primavera, el despertar a gozo y al sentido. Bienvenido sea todo. Por favor, sin abusos y sin apabullar, sin arrinconar del todo el camino humanístico de la razón, sin insultar los mínimos del sentido común.

Y que todo sea amor y no resentimiento, que reine la alegría compartida y que el dolor se aquiete, que todo tenga un sentido de final feliz y compartido: no hay otro razonable, si es que alguno nos aguarda; que todo sea efusión de esa realidad gozosa. ¿Por qué para haber gloria tiene que haber antes sufrimiento? ¿Eso puede estar en los designios de un dios que se dice amor? Más bien suena a la evolución de las especies y a sálvese quien pueda.

Otra vez las palabras del maestro: “!Oh, no eres tú mi cantar, / no puedo cantar ni quiero / a ese Jesús del madero / sino al que anduvo en el mar.”

Martes Santo. Mi pasión sigue densa y dura ya muchos meses.

lunes, 6 de abril de 2009

PARA SACARLE PUNTA... Y OTRAS COSAS

Dejaba ayer apuntado que el sábado por la mañana hacíamos conjeturas acerca de si las ideas eran responsables de la Historia o era esta, la Historia, la que determinaba el fundamento de las ideas. Así de concentrados nos sentíamos. Tal vez porque estábamos altos, al pie del Pinajarro, cerca del cielo, en la contemplación de la primavera del valle y de la llanura inmensos.

Como me ocurre siempre, no tengo nada claro del todo. Creo que hay verdades que deben ser tales con independencia de los momentos de la Historia en los que se interpreten. No me imagino por dónde se puede resquebrajar algún concepto básico como los de compasión o la ley de gravedad, por ejemplo. Se me escapan las formas de que su definición esté al pairo de lo que vayan marcando los cambios en el discurrir del tiempo.

Pero no sabría decir cuántas son esas verdades ni hasta qué punto, incluso las que parecen más sólidas e inmutables, no son moldeadas a cada hora precisamente por los cambios que van dando forma a ese paso del tiempo. ¿La esencia del concepto de compasión es el mismo ahora que en la época tribal? Y, sobre todo, ¿la interpretación es la misma?

Qué débil y desnudo me siento persiguiendo estas verdades.

Me apabullan, sin embargo, las evidencias que me muestran a cada hora cómo se van adaptando las verdades a cada nuevo tiempo. El cielo era hermosísimo allá en lo alto, el valle se alejaba allá en el horizonte, desde lo alto se despeñaban los regatos en esta primavera de arco iris, una cascada ponía fondo sonoro al momento en el que dábamos cuenta de unos ricos manjares… Aquello olía a belleza.

Qué cosa tan extraña: la belleza. ¿Quién marca sus perfiles? ¿A quién le corresponde la labor de censor y de juez para crear el canon de belleza? ¿Existe por sí misma la belleza? Si otro buen caminante pasara por allí en otro momento, ¿sentiría de modo semejante? Los que allí estábamos sentíamos que aquello podía ser representado por la palabra belleza. Pero es, seguramente, porque hemos sido educados en una escala de valores semejante en la que eso que coincidíamos en llamar belleza se somete a unas variables determinadas por esa educación. De tal manera, que, si nuestras variables hubieran sido otras, aquello habría tenido otro olor y hubiera desprendido otro sabor. Por cierto, belleza o no belleza, allí estaba ya todo cuando nosotros llegamos y allí continuó todo cuando decidimos volvernos y allí seguirá todo el próximo día que nuestros pies cojan de nuevo esa senda.

Siempre termino poniendo rumbo a la pintura o a la creación literaria cuando mi mente se detiene en estos asuntos. Es en estas variables en las que mejor se me muestra la variabilidad de los conceptos, siempre sujetos a las modas y a un canon cambiante.

Si quisiera organizar esta simple idea con un poco más de carga, me sentiría enseguida en manos del materialismo histórico. Pero eso es ya tarea de otro momento.

Así que vengo a reconocer que, aun con mis dudas, es la Historia la que crea y moldea los conceptos. Se enfadarán Platón y su doctrina. Qué le vamos a hacer. Más se enfadaría la ideología reinante y su aplicación diaria si tuviéramos la paciencia de desarrollar esta simple idea. También en estos días de primavera, para volver a escribir sin escribir.

TODO EN TAN POCO TIEMPO

Me pilló el comienzo del fin de semana en asuntos de Ayuntamiento. Hasta allí me convocaron pues había una fiesta democrática en la que se conmemoraba el trigésimo aniversario de los ayuntamientos democráticos y querían darles las gracias a todos los que por esa institución han y hemos pasado. Me gusta como símbolo que se tenga ese recuerdo. Y me gusta defender a eso que llaman clase política pues, aunque sé que hay gente mediana, gente manifiestamente mejorable y hasta gente del plan badajoz, también hay muchas personas estupendas. Y todas ellas, incluso las de los primeros grupos, han dejado horas y esfuerzos en beneficio de la comunidad. Tengo poca constancia -para ser más exacto, ninguna- de que un particular dedicado a cualquier negocio ande también preocupado en los asuntos de carácter general. Así que mi enhorabuena para todos, para los próximos y para los de otras cuerdas. En el acto quedaron unas palabras no muy bien tejidas de algunos de los intervinientes y un diploma de esos que ocupan demasiado espacio en la pared pero que conviene no guardarlo en cajón porque se estropea y porque de vez en cuando gusta echarle una ojeada.

El sábado me llevó por la mañana de nuevo a las sierras de Hervás, a los pies literalmente del Pinajarro, allí donde la naturaleza se olvida de los árboles y se queda con las piedras, con el sol, con la nieve y con el viento. Y al lado de un regato y por una senda paralela casi con el cielo, charlamos de lo humano y de lo divino, y dejamos pendiente con Manolo nada menos que la dilucidación y el análisis acerca de este dilema: “Son las ideas las que explican la Historia, o es la Historia la que explica la naturaleza de las ideas.” Y nos quedamos tan panchos, como si tal cosa. Como es asunto muy grave, le daremos curso otro día.

La tarde tuvo acento abulense, esa ciudad vieja, medieval, teresiana, sanjuanista, pétrea y acogedora, donde nos esperaban Miguel Ángel y Merce, son su Sara y con nuestra Sara, que ya abulta en su tripa, y Carmen y Francisco, y Javier. Paseamos a gusto por sus calles estrechas, donde parece que solo hay palacios derruidos o reconstruidos que evocan otros tiempos o donde habitan olores que suenan a cánticos espirituales. Ávila para mí es una ciudad de paz y de paseo, de sendero tranquilo por las calles, de charla sosegada. También allí la primavera está ya muy crecida, a pesar de la altura y de que anda toda a la intemperie. Qué gusto la acogida de mis hijos y la hospitalidad de Carmen y Francisco. Con ellos estuvimos hasta el comienzo de la tarde de hoy domingo.

La tarde de hoy mismo tuvo otro color, el de la piedra dorada de Salamanca, el de la presencia de mi madre en el lecho indefinido en el que se mueve y se mantiene. Hoy ha estado más nerviosa que otras tardes. Y yo con ella también lo he estado. Sigue haciendo presentes sus ganas de vivir, su asidero a la vida. Pero no he de engañarme. Bien sé que anda en los límites, que es de aquí y es de allí. Yo la miro, la mimo, la beso, la acaricio, siento su piel rozándome, le digo que la quiero como a nadie, le ofrezco mis susurros. Ella a veces me besa, se asegura de agarrar con sus gramos de fuerza mis manos, a veces ensaya alguna palabra. Pero sus coordenadas no son las esperadas y el agotamiento ronda por las esquinas. Solo puedo esperar. Ella es poquita cosa, casi nada; yo soy la misma cosa y la misma impotencia.

La primavera estalla y la primavera sufre por las calles de España. Comienza la Semana Santa, el dolor en las andas, la mística sembrada a ras de suelo, la superstición hecha hombre… Las fiestas de la primavera, pues no son otra cosa. El dolor también se expone en los hospitales y en los pasillos de los centros de asistencia; lleva muchas semanas de procesión y de agonía. Aquí ya no es noticia hablar de la semana de pasión.

viernes, 3 de abril de 2009

CARTELERAS AL SOL

En esta época de la información, en los días en los que tener los medios de comunicación es tener el poder y la certeza de imponer opinión y formas de conducta para la comunidad, existen formas más tradicionales que también vienen a mostrarse como pequeñas ventanas abiertas todo el día para que entre aire y los vecinos se enteren de lo que ocurre en la vivienda.

Hay en esta ciudad estrecha de Béjar unos tablones de anuncios en los que se mezclan a diario realidades muy distintas. Se hallan situados en lugares relativamente estratégicos y están allí expuestos como edictos romanos de cara a la pared, que incitan a mirarlos a todo el que por allí pasa. Yo me suelo fijar a diario en ellos y son mi primera fuente para el conocimiento de algunas de las cosas que ocupan a mis vecinos. Hay esquelas, anuncios de películas, carteles de Semana Santa (¿Por qué tengo que escribir Semana Santa con mayúscula y no lo hago por ejemplo con feria de septiembre o con semana del pulpo gallego?), algún anuncio de piso que se vende, ofertas diversas, referencias de celebraciones varias…

Me resultan una mezcla excelente y casi explosiva. Ver al lado de una esquela, comiéndose el espacio y peleándose por unos centímetros de tabla, el anuncio de una película me parece una mezcla de sensaciones espectacular.

La gente se detiene en esta ciudad casi solo a una cosa: a mirar las esquelas. Hay una forma de mirarlas que tiene su camino ya fijado y ha ganado la voluntad de los que andan por la calle. El paseante se detiene, mira el nombre y baja la mirada hasta el lugar en el que se indica el lugar del finado. Si resulta no ser de la propia ciudad sino de algún pueblo cercano, lo normal es abandonar el intento y seguir el paseo. En caso contrario, conviene seguir el protocolo exacto. Y lo que pide es enterarse de los nombres de los más allegados para su identificación. Si no resultan próximos, solo queda prestarle un poco de atención a la edad del fallecido.
A partir de este momento, comienzan los comentarios. Los primeros tienen que ver con esa identificación. Y allí aparecen los motes, las viviendas, las costumbres, los trabajos y hasta algún hecho sonado que haya dejado en el recuerdo el muerto. Esta ciudad de Béjar se mueve en el límite de lo conocido y familiar con lo que suena pero no se acaba de identificar, pues a ello obliga su número de habitantes. Siempre hay alguien que ejerce de cicerone y de sabelotodo, que da detalles nimios y deja fotografiado al tipo de la esquela. El asunto puede llevar algún ratito, si es que no hay mucha prisa en los viandantes. Si no se reconoce al interfecto, al menos es frecuente echarle de reojo una mirada a la línea en la que se consigna su edad. Qué crueles comentarios. Como si hubiera edades en las que la vida ya no se mereciera u otras tuvieran el privilegio de dominar la vida y no marcharse de ella de ninguna manera. La verdad es que ya la vida se encarga de recordarnos que sus hilos se cortan en cualquier momento, con cualquier edad y en cualquier circunstancia.
Con la identificación hecha y con los comentarios cumplidos, ahora quedan los actos de acompañar un rato a los deudos o intentar “cumplir” con el rito de la misa o del entierro; al menos, y sobre todo, con eso del pasamanos, una costumbre que se mantiene tan fuerte como mal organizada.

Parecen las esquelas como un último adiós que nos dedica el muerto desde la inmediatez de la pared. Allí, mezclado con los “héroes” gilipollas del cine americano o con el interés de un paisano por vendernos su piso o su coche de segunda mano.

Yo cumplo con el rito de la parada ante estos carteles de la vida y de la muerte. Lo haré dentro de un rato de nuevo. Su imagen es metáfora de los casos extremos en los que nos movemos cada día. También en primavera, por supuesto.

N.B. Acaso volveré a la primavera. Hoy por supuesto no. Tal vez… Mañana.

jueves, 2 de abril de 2009

ESCRIBIR SIN ESCRIBIR VII: FIN DE TRIMESTRE

Sin reparar en ello, me encuentro de nuevo en período de vacaciones. Empezarán mañana, pero yo ya las siento pues no tengo que volver al aula hasta no sé qué día. Tan despistado ando, que casi ni me había dado cuenta del asunto, y, a día de hoy, juro que no sé cuál es la fecha en la que tengo que reincorporarme. No sé si es bueno o malo, pero sí sé con seguridad que mi manera de enfrentarme con este mi trabajo tiene poco que ver con los días que marca el calendario. Cuando me dan papeles, termino por perderlos y siempre tengo que pedir información para que no me pillen en renuncio.

Es que hay ocupaciones mentales que solapan la presencia de otras. Tal vez como defensa personal, jerarquizamos preocupaciones y nos concentramos en las que más nos interesan. Y a mí la burocracia de la enseñanza no es precisamente la que me ocupa más. Mi mente anda pendiente, desde hace muchos meses, en otras cosas y, de todo lo que compone la enseñanza, he alejado y esquinado demasiadas variables, desde luego muchas de aquellas que parecen quitar la vida a muchos de mis colegas. Las notas, por ejemplo, me ocupan solamente cuando son negativas, me gustaría prescindir de ellas y, si no lo hago, es porque yo también formo parte del sistema y me llevo unos euros al cabo del mes para casa. Algo parecido ocurre con el calendario. En el fondo, uno es muy débil, acaso demasiado.

Ya siento los fracasos evidentes -estos sí que me ocupan- de todos los alumnos que no muestran interés por aprender y por descubrir cosas. Este año no son pocos y algo tendré que ver en todo ello. Y lo peor de todo es que este hecho no tiene recuperación sencilla ni en días ni en semanas y ni siquiera en meses. Hay una concepción muy extendida según la cual lo que interesa es sortear los exámenes y con ellos las notas. Lo demás es todo secundario. Es, por desgracia, lo que enseña la vida por ahí fuera, no hacen más que repetir esa escala. Aún peor es el caso de los que simplemente se dejan llevar por el paso del tiempo, sin mostrar ni un atisbo de superación ni de mejora. Estos son casi irrecuperables.

Pienso en lo que les espera y lo que nos aguarda a todos los que con ellos formamos y formaremos sociedad: su falta de incorporación a un sistema de valores, sus descuidos, su marginación, su triunfo, si acaso llega, desde el recelo y la estulticia, lo caros que nos van a salir en todas las facetas, el desarreglo constante…

Hoy también yo fracaso en alguna medida, pues su frustración me arrastra. Tengo que evaluarme más despacio, por si suspendo alguna asignatura y necesito clases de recuperación.

Pero no me concentro solo en el lamento pues sé de buena tinta que hay gente que progresa teniéndome a su lado, que para algo han servido mis largas y continuas digresiones, mi apuntar a otros blancos que no andan en el libro, mis referencias y esa oportunidad que cada día me brindan de poder desplegar ante ellos la fuerza de la palabra.

Acaba ahora un trimestre con resultados varios. Llega la primavera. Mañana es otro día. Ya veremos qué nos trae en su alforja. El ciclo aquí es distinto del que se va tejiendo con la naturaleza, pero habrá que empujarlo para que surja vida y acaso también fruto.

miércoles, 1 de abril de 2009

ESCRIBIR SIN ESCRIBIR VI

Tal vez ninguna gradación descendente tan espectacular en la literatura española como el final del soneto de la entrada de ayer: “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.” Qué barbaridad. Qué contraste con todas las demás imágenes del soneto referidas a la primavera humana.

“En tierra”. Así, de golpe, como si no hubiera ninguna otra posibilidad intermedia. Tal vez la influencia religiosa “pulvis eris…” no ande muy lejos de la imagen elegida. Este “humo” no tiene ninguna pinta de ser el humo indicio del fuego sino tal vez de nuevo el humus como materia natural. O sea, que vendríamos a repetir de nuevo la imagen de la tierra como destino final del ser humano y de la primavera final. “Polvo” es la tierra derrotada, ni siquiera compacta, solo desdibujada, rota, seca y estéril, peor aun que el humus o la tierra, pues estas al menos pueden ser de nuevo semilla y albergar una nueva primavera en su seno. La “sombra” se evapora aun más y nos lleva a la noche, a la falta de luz, al recuerdo continuo de lo que fue vida y primavera, de lo que fue sol y fue semilla. No se llevan la sombra y el fruto para nada. Y como desintegración final la “nada”, la ausencia de toda referencia, la desnudez total, el imposible retorno, la falta de cualquier dimensión, las medidas rotas, el tiempo y el espacio en abandono. Todo es nada, la falta de existencia, la nulidad total.

Solo queda el silencio y el olvido. Y no quiero alejarme de la vida, del atisbo de vida, de la irrupción que apunta hacia la vida desde la primavera. No quiero situarme tan lejos, allí, “donde habite el olvido”.

Hoy he visto este verso en efigie, sostenido en unos gramos de carne, aferrados a la vida con unas fuerzas ínfimas. En la calle era primavera. No sé si tendrá paso franco hacia los interiores.