sábado, 21 de mayo de 2011

POR EL VAL DE LOS HORQUITOS

Allí viérades sus pasos,
sus bastones, sus mochilas,
todo lo que la semana
limpiar y olvidar quería.

Por el val de los Horquitos,
caminan los tres el día
en el que sueñan frescuras
y paisajes merecían.

Manolo, Jesús y Antonio,
ladera abajo y arriba,
arreglan todos los mundos
desde su voz encendida.
Hablan de las elecciones,
de las protestas surgidas
en tantos otros lugares
de esta España desvalida,
exigen que reflexiones
jamás puedan ser prohibidas,
echan de menos aquellos
tiempos en que ellos crecían,
contemplan el cielo limpio
que tan azul relucía,
ienten de la primavera
los aromas, la campiña,
el agua de los regatos,
la eterna pajarería.

A las once, sudorosos,
llegan, cruzando una umbría,
a la finca La Francesa,
donde descansar querían.
Cruzan cancela de hierro,
que alguien despejado había,
y encuentran sombra y sosiego
al pie de una fuente fría.
Es esta finca un paraje
donde las mejores vistas
de la ciudad bejarana
se contemplan cada día.

Allí comen, allí beben,
allí mucho rato miran
las faldas de las montañas
que del cielo descendían,
allí proponen sus cuitas,
allí expresan sus porfías.
Como remotos pastores
que poblaran la campiña,
o los viejos caballeros
que sus espadas afilan
mientras cuentan sus batallas
y sus hazañas amplían,
así pasan más de una hora
entre tragos y entre risas.

Comen quesos, beben vino
y de la rica chacina
dan cuenta sin otra cuenta
que holgar y pasar la vida.
Las anchoas, los gazpachos,
que fresquitos parecían,
las frutas, el aguardiente,
aromado a maravilla,
el vino en bota y en boca,
contra el cielo y boca arriba,
los panes y algunos dulces
que sus fuerzas reponían.

Manolo, Jesús y Antonio,
a su alrededor veían
los árboles que, frondosos,
daban sombra y esparcían
los sentimientos que entonces
hasta sus mentes venían.
El sauce lloraba triste
mientras el tilo decía
desde sus ramas y hojas
serenidad y armonía,
los arces velaban luces
que el sol hasta allí traía
y un cerezo ya mostraba
sus frutos en demasía;
solo la fuente manaba
agua trasparente y fría
y el aire llevaba trinos
de infantil pajarería.

Manolo, Jesús y Antonio
ni hacer tiendas requerían
pues entre tilos y sauces,
entre aromas de bebidas,
entre recuerdos de antaño,
entre bocados y risas,
las cabezas y los vientres
muy satisfechos tenían
y hasta algún delirium tremens
pensaron que aparecía.

Era la hora del regreso ,
el sol desde el cielo hería,
cuando los tres caminantes
hacia su casa volvían.
Con la pesadez a cuestas,
ladera abajo y arriba,
sin prisas, dando cobijo
al contento y a la risa,
viérades cómo se pierden
satisfechos de otro día.

2 comentarios:

Manolo dijo...

Well done! I wish I was there.
Marta

Manolo dijo...

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